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Según datos de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU), se calcula que en el mundo se generan anualmente 42 millones de toneladas de basura electrónica. Además, las previsiones apuntan a que la producción de residuos electrónicos crecerá un 21% hasta 2018, momento en el que se superarán los 50 millones de toneladas.

Los RAEE tienen además cierto valor económico, debido a la presencia de materiales como hierro, cobre, aluminio, oro, plata, paladio, plásticos, etc., por lo que en ocasiones son gestionados de forma irregular para obtener un provecho económico.

El problema de estas prácticas, más allá de las pérdidas económicas que generan, es que no garantizan la adecuada gestión de los residuos, que también contienen sustancias potencialmente nocivas para el medio ambiente y la salud de las personas si no se someten a los procesos adecuados para su descontaminación y tratamiento.

UN RIESGO COTIDIANO

Elementos cotidianos como un electrodoméstico, una pila o la batería de un móvil pueden ser peligrosas fuentes de contaminación si no se gestionan correctamente.

Para hacernos una idea de su potencial impacto, podemos considerar que un solo aparato de aire acondicionado mal gestionado puede llegar a emitir una cantidad de CO₂ que necesitaría 200 árboles trabajando durante todo un año para su absorción.

Una batería de níquel-cadmio de un teléfono móvil puede contaminar 50.000 litros de agua o 10 m³ de suelo.

Un televisor de tubo de rayos catódicos, que contiene metales pesados, además de vidrio de plomo y fósforo en la pantalla, puede contaminar hasta 80.000 litros de agua.

E incluso un simple fluorescente, si es mal reciclado, puede llegar a afectar un total de 16.000 litros de agua.

POR QUÉ RECICLAR
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Existe una gran diversidad de sustancias y elementos que podemos encontrar en los residuos de los aparatos. Los más problemáticos desde el punto de vista medioambiental son aquellos que contienen metales pesados tales como mercurio, plomo, cadmio o cromo, así como otras sustancias como policlorobifenilos (PCB), policloruro de vinilo (PVC), pirorretardantes bromados (BFR), gases CFC y HCFC, aceites refrigerantes, e incluso amianto y arsénico.

Según datos de UNU, actualmente apenas una sexta parte de los RAEE generados a nivel mundial se recicla o reutiliza de forma adecuada. Una cifra que nos debe hacer reflexionar sobre la importancia de canalizar adecuadamente los RAEE a través de los puntos habilitados a tal efecto, con el fin de garantizar su correcta descontaminación y tratamiento, y la recuperación de las materias primas que contienen para que puedan volver a formar parte de nuevos procesos industriales.

Por ello, resulta fundamental que tanto desde empresas productoras de aparatos y distribuidores, pasando por los instaladores, e incluso los propios usuarios de los aparatos, nos comprometamos con su adecuado reciclaje para evitar el agotamiento de los recursos naturales finitos y la posible contaminación derivada de su mala gestión.